¿Familias en orden o bombas de relojería?

Ni venimos con un pan bajo el brazo ni mucho menos con un libro de instrucciones. La familia es el primer sistema al que llegamos nada más nacer. Un sistema es un conjunto de elementos, personas , conexiones, emociones que se relacionan entre si para conseguir un objetivo común y donde cada elemento cumple una función para el resto del sistema. Cada miembro de la familia ocupa un lugar en ella y cumple una función para la supervivencia de la familia. Nos  formamos como personas con identidad propia a la vez que ocupamos un lugar dentro de la misma.

En ese entramado de relaciones entre    padres, hermanos y demás familiares, comienzan a aparecer e incluso a luchar entre si, diferentes sistemas de supervivencia. La familia quiere sobrevivir como institución con apellido propio: los Martínez, los Pérez. Y cada miembro pretende sobrevivir como individuo diferenciado de los demás: Sara, Bárbara, Tomás, Javier.

Todos quieren ser vistos y ocupar un lugar.

La familia actúa como sistema dominante con códigos, valores, prioridades y expectativas propias y a la vez se enfrenta a los códigos, valores, prioridades y expectativas de cada uno de sus miembros.

Además, la familia se construye sobre el vínculo más poderoso y grande que existe: el amor de quienes  dan la vida  y de quienes la reciben, los padres y sus hijos. No es fácil gestionar ese entramado de emociones, lealtades, amor, responsabilidades y expectativas.

En la actualidad, nos encontramos con situaciones diferentes a las que vivieron las familias que nos precedieron. Ha entrado internet en nuestras vidas, se abre una puerta al mundo de la información y las relaciones que no controlamos como padres y muchas veces nos sentimos desbordados y perdidos. Además, los modelos de familia han cambiado. Hay familias formadas por hijos comunes, hay familias separadas cuyos hijos comparten su tiempo con cada uno de sus padres, hay familias formadas por hijos de parejas anteriores y un sin fin de variaciones más.

Por si fuera poco, llega la pubertad y su aparición no suele parecerse a una  fiesta. Como añoramos los padres aquellos tiempos,  donde nuestros hijos nos admiraban , nos abrazaban y obedecían a la primera o la tercera ¿Qué padre o madre no ha dicho o pensado alguna vez: ¡Socorro , mi hijo es adolescente!? La pubertad: ese  periodo extraño donde entramos en guerrillas continuas para defender , como padres , el orden establecido hasta ese momento y como hijos, la nueva identidad, aún sin formar, como futuros adultos.   En ocasiones nos gustaría colgar el cartel de “ cerrado por derribo” e irnos lejos, muy lejos donde nadie nos encuentre, al menos, por una días. Visto así, podría dar vértigo. 
 
La buena noticia es que hoy sabemos mucho más sobre cómo funcionan los sistemas familiares y sus relaciones, qué acciones provocan desequilibrios en el orden familiar y dónde y cómo actuar para corregirlos.
Hoy, gracias a Bert Hellinger y a todos aquellos colaboradores y estudiosos de los comportamientos de los diferentes sistemas en los que nos movemos (pareja, familia, amigos, empresas, organizaciones…), podemos evitar y corregir desequilibrios y sus consecuencias. Podemos ser mucho más conscientes de lo que hacemos y sobre todo, sentir más confianza a la hora de tomar decisiones. 

​La familia es nuestra primera y última escuela en la que nadie nos dará un diploma acreditativo. El ingreso lo hacemos  como hijos y posteriormente vamos añadiendo asignaturas: cómo ejercer de hermanos, padres, tíos, abuelos, cuñados… En fin, que lo más que vamos a conseguir es un “progresa adecuadamente”.
Crecer, reír, compartir y apoyarnos en la familia no tiene parangón. Sentir que pertenecemos a algo más grande y fuerte que nosotros mismos y al mismo tiempo desarrollar nuestra identidad como individuos y ser respetados y queridos por ello, es un reto increíble y nuestra mayor conquista. 

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